miércoles, 5 de septiembre de 2018

MARCOS CON TOLTA


Por los años 80 conocí a una familia recién llegada de la Cuba del Fidel.


De alguna manera sus familiares y allegados en Venezuela habían logrado liberarlos de la pesadilla. A pesar de la pimienta propia del cubano y de su elocuente conversación, era inevitable mostrar la tristeza en sus rostros.

Pregunté porqué se quedaron en Cuba y el de mayor edad asumió la respuesta "como todos los cubanos fuimos objetos de engaño por Fidel".

Continúo el caballero "Cuando la revolución llegó, regresé a mi patria creyente de que había llegado a Cuba un Adalid de la justicia, el progreso personificado. Nosotros los cubanos de clase media llenos de fe en la vida, trabajadores, con conciencia de la libertad fuimos sorprendidos".

"Perdimos nuestra casa o por lo menos parte de ella, la capacidad de emprendimiento fue reducida, empezamos a vivir un secuestro, una presión continua para quebrar la autoestima, la pérdida de consciencia de la vida y pasamos de dar gracias a Dios por un día más, a dar gracias a Fidel por dejarnos vivir, es decir conocimos la miseria en toda su expresión" y con esto recuerdo que finalizó su corta intervención.

Aquel relato me llegó de tal manera que me convertí en observador permanente de esa familia, cuya historia me parecía increíble, y que gracias a Dios nunca llegaría a VENEZUELA, pensaba yo.

La familia creció; la hija del mayor con su esposo y un niño. Jamás olvidaré a aquel niño que necesito ayuda psicológica para integrarlo al resto de la familia y parte de una sociedad que le era extraña. Era difícil de entender para el niño, la calidad y variedad de los juguetes en el común de los otros niños y que además estaban a su alcance y disposición, así como muchas condiciones de vida que sin pretender riqueza son parte de una vida digna.

Recuerdo a su papá, que no se si reía o mostraba el coraje, cuando comentaba que por tantos años tuvo que usar ropa menor o mayor a su talla o un par de zapatos de diferentes tallas derecho e izquierdo.

Su primer trabajo fue rebanar jamón, producto que no conocía y del cual sus jefes le permitían ingerir sin cometer abuso, más por salud, que por otras circunstancias, a pesar de la importancia que tuviera.

Transcurrido un tiempo corto, y  familiarizado con la ciudad, al salir de su trabajo, salía Marcos loco de contento con las tortas de coco que su mujer le preparaba para vender.

"TOLTA, TOLTA", exclamaba Marcos para ofrecer convertido en manjar su capacidad y la de su familia para emprender.

Su hijo creció, se formó académicamente. Llegó a tener un cargo de supervisor en unas de las empresas más importantes del mundo instaladas en Venezuela; luego se convirtió en un pequeño empresario, que ve con preocupación que la desgracia que su familia y él de muy niño vivieron en Cuba, los podía tocar de nuevo.

Hoy ese niño vive con su nueva familia y en compañía de su adorada madre. Marcos nos dejó temprano pero vivió en su hijo la niñez y juventud que le fue negada. 

"Marcos TOLTA,TOLTA" más que una historia, es una advertencia a todos los Venezolanos.

Edgar Luzardo
Presidente de Alianza Bravo Pueblo Zulia
5 de septiembre de 2018

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